Los Medina: Entre frijoles, papas… y mucha simpatía

El empresario Rafael Medina es un veterano de la comunidad hispana

Por Víctor Manuel Ramos

El Sentinel, Orlando Sentinel (c)
Sábado, 12 de abril, 2008

Artículo ganador del primer lugar, “Hispanic Success Story, ” de la Florida Society of Newspaper Editors en 2008

Rafael Rigoberto Medina llegó manejando su auto hasta Orlando desde California un frío día de enero, con su esposa e hijas. Estaba convencido de que ésta sería sólo una parada antes de su regreso a una Cuba libre.

Le pidió a su esposa, Luisa, que no desempacara.

“Aquí no había nada de nada”, recuerda Medina. “Esto era un campo”.

Eso hace 38 años.

Los Medina no sólo abrieron sus maletas y se quedaron, sino que empezaron un negocio, compraron casa, criaron a sus hijas, iniciaron un festival y, de paso, hicieron de Orlando un lugar más acogedor para los hispanos.

La tienda de los Medina en Washington Street y Bumby Avenue es la bodega hispana más antigua de Orlando. Es parte de Medina’s Plaza, un centro comercial con restaurante y joyería incluidos.

La pareja también ayudó a crear el conocido Festival Medina, que es la fiesta latina más antigua de la ciudad y que atrae a miles. Este año se celebrará por vigésimoprimera vez el domingo 13 de abril, en el centro de Orlando.

“La historia de los Medina, indirectamente, es la historia de la comunidad”, dijo Ernesto González Chávez, un arquitecto cubano que diseñó Medina’s Plaza en los 80 y que todavía frecuenta la tienda. “Esta calle en la que ellos se iniciaron era el centro de los hispanos en su momento”.

Los hispanos se esparcieron por toda la región, pero Medina’s Grocery and Restaurant sigue siendo la pequeña y nostálgica bodega que era en 1970.

La fragancia del café recién colado impregna los pasillos estrechos de la tienda tanto como la música de una “Guantanamera”, que sonaba allí una mañana reciente.

Hay pan cubano, todavía tibio, cerca del horno en que se le cocina diariamente. Los clientes esperan en la sección de carnes, donde el carnicero corta grandes trozos hasta convertirlos en finos filetes. En la parte trasera se tritura la caña de azúcar hasta exprimir el dulce jugo que se conoce como guarapo.

Rafael Medina, de 75 años, camina por la tienda, arreglando los artículos en los tramos y buscando algo chistoso que decirle a los clientes. Luisa Medina, que tiene 71 años, es la cajera. Ella saluda a todo el que entra y sale de la tienda, usualmente llamándole por su primer nombre y preguntando sobre la familia.

Ambos dicen que atenderán la tienda por tanto tiempo como puedan. Ninguno de los dos cree en el retiro. “Cuando los viejos se retiran se mueren de aburrimiento”, añadió él.

Las paredes del restaurante están adornadas con las fotografías de los Medina con personas de influencia del pasado y del presente — alcaldes, comisionados, oficiales policiales de alto rango y hasta el presidente Bush.

El senador Mel Martínez, cuyo difunto padre acostumbraba ir a Medina’s, sigue siendo un cliente.

Él fue a Medina’s a almorzar el mismo día que se preparaba para anunciar su apoyo a la candidatura presidencial del senador John McCain. En un día como ese no le caería mal el arroz blanco, los frijoles negros y la ropavieja. Se encontró en el comedor con Jack Kemp, un ex secretario federal de vivienda como él.

“Este no es solamente un lugar para ir a comprar comestibles o, tú sabes, cualquier otra cosa; sino que es parte de la fibra de la comunidad hispana en Orlando”, dijo Martínez.

Los Medina llegaron a los Estados Unidos buscando refugio de la revolución cubana, como muchos en la primera ola de inmigrantes latinoamericanos en arribar aquí.

Él estudió para maestro pero en los años 60 estaba proveyendo armas a los rebeldes en las montañas de Cuba. Se habían alzado contra las reformas de Fidel Castro, que amenazaban con dejar sin tierra a campesinos.

Los militares los aplastaron. A un primo de Medina lo arrestaron y lo ejecutaron. A Medina lo encerraron junto a cientos más en unas granjas de pollo que convirtieron en campos de prisión. Después se lo llevaron a cortar caña.

Tan pronto estuvo libre, Medina compró un pasaje a España, aunque tuvo que dejar a su esposa y dos hijas que tenían visas pendientes. De España se fue a New Orleans a trabajar en el puerto. De ahí, a Los Angeles.

Allí puso una gasolinera que mantuvo hasta que su esposa e hijas llegaron de Cuba con ayuda de una agencia humanitaria católica.

Medina vendió el negocio, puso sus herramientas en un tráiler y se mudaron a Orlando para estar más cerca de su terruño. Invirtió los $400 que le quedaban en abrir la bodega.

Pronto se propagó la noticia del café cortadito y los clientes empezaron a llegar. Otras tiendas hispanas abrieron a su alrededor, creando un centro de actividad que ayudó a consolidar a la comunidad en el este de Orlando.

De esas primeras tiendas hoy sólo queda Medina’s, sobreviviendo a la competencia de cadenas de supermercados que buscan la clientela latina.

Los Medina también han visto la pequeña Fiesta Medina, que ellos empezaron en 1987 con el promotor René Plasencia, crecer y convertirse en un gran festival de primavera.

Muchos clientes se mantienen fieles a Medina’s, después de muchos años y a pesar de las alternativas.

“Siempre vengo aquí”, dijo Judith Andújar, una residente del este de Orlando que descubrió la tienda poco después de mudarse de Nueva Jersey en 1994.

Ella acababa de usar su hora de almuerzo para pasar por Medina’s y comprar pan cubano, Malta India, y pastelitos rellenos de carne.

“Yo puedo ir a otros lugares a comprar esto”, dijo, “pero aquí es como visitar familia. Es un placer venir y sentirte como que no eres un cliente más”.

Luisa Medina dice que ella valora mucho la cercanía que tienen con los clientes y le da pena pensar que algún día su tienda vaya a desaparecer.

“La gente viene a hablar con nosotros”, ella dijo. “Tú vas a esas cadenas de ahora y dices ‘hello’ y ‘babay’ y nadie te contesta”.

Gracias a sus clientes ellos pudieron enviar a sus tres hijas a la escuela. Minerva, la mayor, es asistente en una oficina médica; Mirna es enfermera; Marisel, la menor, es cirujana.

“Todo eso vino de la tienda”, dijo ella.

Marisel Medina, de 35 años, dice que ella y sus hermanas se criaron en la bodega. Ella recuerda cómo alimentaban a la gente que no tenía con qué comprar comida y cómo una vez su padre llenó un camión de abastecimientos y fue manejando hasta el área afectada por el huracán Andrews.

Ese es el legado que Rafael y Luisa Medina desean dejar: Que cualquier bien que recibas debes compartirlo.